miércoles, 26 de junio de 2013

Poética de la diferencia y desespiritualización




Por Ángel Velázquez Callejas
 

Uno de los aspectos que constituye a las culturas como una "orden", como una "ascesis",  es que fuera de ellas, como una diferenciación ética, también se crean espacios (lenguajes) alternativos. En mi artículo Cuba como orden cultural había afirmado que este proceso de la "orden", o de expresar un lenguaje, se lleva a cabo mediante la "secesión espiritual". Son determinados sujetos espiritualizados los que reconstruyen la imagen de la "orilla", esa a la que se refería Heidegger sobre la imagen del mundo en su devenir como nuevo lugar de residencia.
En ese artículo decíamos además que no había más sentido lógico en cualquier ascesis espiritualizada que obtener una inmunización simbólica cultural. Salir de la corriente de lo establecido y fijar una residencia en las márgenes del río de la orden es un hecho que dentro de la cultura cubana se ha vuelto irrevocable y común. Tantas personas en Cuba se bañan hoy en el río de la vida metaforizado por Heráclito que una sola vez es suficiente para salir de sus aguas santificado, con la fuerza necesaria para evadir "la orden" y crear una propia. Cuando se ha dicho que determinado lenguaje textual ayuda a inmunizar “la casa del ser” se ha probado la tesis de que el hombre dentro de las culturas es un ente para el ejercicio simbólico. Por tanto, todo intento de crear espacios fuera de los lineamientos del discurso nacional y político en Cuba está reforzado por un sentimiento espiritual universalista, que al mismo tiempo sistematizará una regla susceptible de ser considerada como campaña contra lo ordinario y lo establecido.

"Esa incertidumbre del temblor donde cruje la madera / y la realidad distorsiona y parte en dos lenguajes / fue la que siempre quisimos y faltó" (La foto del invernadero, Reina María Rodríguez).

 Ya lo había presagiado el poeta y ensayista Hugo Ball, el dadaísta indolente, en su Zur Kritik der deutschen Intelligenz (Para una crítica de la intelectualidad alemana), después de haber escrito el Manifiesto de la velada Dada en 1916: "en Europa falta, como en todas partes, un contraproyecto de orden superior a las culturas de los nacionalismos y las ideologías artísticas que los representan". Años después, en Die Flucht aus der Zeit (El vuelo de la hora, Diario), fue directo y dijo: "hoy el hombre aguarda por un hecho heroico de providencia antigua, que es el posible desplazamiento hacia la improbable. El hombre no necesita ser más un monje, sino un ciudadano, un artista como los acróbatas circenses”.  Con estas palabras de Ball, me permito introducirme en el fenómeno de "la poética de lo cubano" como si fuera ella una simple envoltura oculta que lleva el monje (el ser espiritualizado) en su interior para él mismo y la orden que representa. Una poética que carga con el espacio y en la que algo va faltando, como bien expresa simbólicamente el verso arriba citado de Reina María Rodríguez. Una poética que viene a corroborar, además, que todo intento historiográfico por elaborar la crítica al nacionalismo intelectual cubano arrastrará esa falta con la cual Ball se introdujo en el fenómeno del nacionalismo europeo. Se trata de una poética sobre "la desespiritualización de la cultura como una orden".

En todos los aspectos de la cultura en la que el nacionalismo cubano se ha visto ocupado a lo largo de su historia, se echa en falta la "poética del espacio desespiritualizado". Max Scheler, en El puesto del hombre en el cosmos, le atribuye a esa falta el hecho de que los hombres no valoran su voluntad como un fenómeno propedéutico en función de colegir una posible "psicología sobre las alturas". Nadie en el mundo y menos en Cuba, por este propósito iniciático, quiere mirar hacia arriba, al cielo, a descodificar el espacio de las alturas reflejado en aquella frase con que Martí concluye el célebre ensayo sobre El poema del Niágara, "están todos los hombres de pie sobre la tierra, apretados los labios, desnudo el pecho bravo y vuelto el puño al cielo, demandando a la vida su secreto", que fue  absorbido y eliminado aparentemente por el terrenal espacio de la ideología del nacionalismo. Como en la sicología de Mijaíl Barýshnikov, un bailarín único que estuvo luchando durante toda su vida por solventar una falta, la baja estatura para papeles como Sigfrido, el héroe de El lago de los cisnes.

Lo que Reina María impregna con su dolor, a partir del verso citado, no son los acostumbrados reacomodos que se precipitan a un estatus de sobrevivencia, que intentan el paralelismo, disuasivo, de los quehaceres de la cotidianeidad y buscan identificarse con esa cierta reparación, de grado virulento, a que ha sido sometida la individualidad humana en espacios restringidos. Por el contrario, lo que vemos oculto detrás de "esa incertidumbre del temblor donde cruje la madera y la realidad distorsiona y parte en dos lenguajes” no es más que la necesidad de una nueva y radical ascesis sobre el lenguaje desespiritualizado de la cultura. Se trata de una "poética del espacio en suspensión" que busca en otra parte, fuera de los espacios físicos, ciertas realidades comunes que no llegan a cuajar. ¿En qué consiste este espacio poético que se visualiza, según Scheler, en plena suspensión? ¿Cuáles son sus reglas y motivaciones? ¿Por qué eso de la suspensión, si los seres poéticos se hayan sujetos a la tierra por gravitación? ¿Qué lenguajes le son asignados a estos espacios? ¿A qué puede contribuir el hombre que trata de trasgredir el espacio físico y espiritual mediante un ejercicio escritural lacónico?


Desde luego, no me estoy refiriendo a través de estas preguntas a los espacios poéticos que se definen por las diferencias, como intente expresar antes. Es decir, a determinados lenguajes de la poesía contemporánea que tratan de reeditarse y rescribirse, como propone Jacques Derrida, basados en los goznes de la vida y tapiando los espacios anteriores. Por el contrario, a partir de aquí me estoy representando "la altura” no antes considerada en la metafísica de las culturas latinoamericanas. Aquellos espacios en que los hombres pueden imaginar, parafraseando a Nietzsche, un mundo "para nadie y para todos". Una imposición voluntaria del arte por la onerosa posibilidad del nacimiento de un creador (en espacios en que los hombre comunes se hayan separados por los grandes artistas, los primeros mirando a los segundos desde abajo, como espectadores del arte del llamado circo de los atrevidos y los funámbulos, o como lo refiere la enigmática canción de Led Zeppelin, Stairway to Heaven).

Solo en este sentido el arte debería estar vivo y el artista muerto. La frase, tomada del libro Así habla Zaratustra, implica que miremos de cerca la verticalidad (no la horizontalidad o la espiritualidad universalista) del impulso y la voluntad poética para ascender y asegurarnos un puesto en el lugar moral, por antonomasia, donde solo caben los "dispuestos poéticos". Esos que se divierten, gozan y se vituperan ejercitando escritura y reescritura con el fin voluptuoso de conocerse a sí mismos como creadores de hombres simbólicos, a la manera en que Barýshnikov puede elevarse desde su pies. Ahora ya no son los "sujetos", sino los "dispuestos", los que han de viajar lejos en el espacio o caminar por esa escalera para conseguir el cielo en función de superarse a sí mismos y dejar atrás por completo el arrastre de la metafísica de las ideologías nacionalistas. Esta "poética de la disposición", en la cual el sujeto poético queda abolido, es el lugar, o espacio vertical, que constituye una ascesis para ejercitar la vida desprovista de toda espiritualidad. El materialismo de la desespiritualización sugerido por la crítica de Nietzsche, no es más que el espacio de la suspensión.

Lo que tratamos de edificar con esta nueva espacialidad es la erección como límite imaginario, para separarnos tajantemente de la espiritualización de los espacios reales. Y es que mediante estos últimos han entrado a jugar un papel preponderante las metafísicas y las teleologías que devienen en espacios estrictamente propensos para la elaboración de discursos ideológicos, nacionales y totalitarios.

Por eso, en cierto sentido, hay motivos más que suficientes que se verifican en una supuesta "poética de exilio" que permite comulgar abiertamente --sin correcciones-- con los filisteos "espirituales" de una "poética de la diferencia", cuyos preceptos son anti-convencionales y metapoéticos. Estos preceptos han sido motivo esencial para que dicha poética lleve librando, hace más de tres décadas, una batalla estética dentro de la isla. Decir que se ha producido un acatamiento de la "poética de exilio" a la "poética de la diferencia" es incorrecto. Lo que se revela como diferencia es más bien una continuidad, que subyace en una corriente oculta, espiritualizada, moviendo la cultura cubana un cuerpo único dentro y fuera de la isla durante un siglo.

A los de acá, los exiliados de Miami o cualquier otra ciudad, que constituyen un grupo espiritualizado, inadaptado, que no puede librar una batalla poética desde sí mismo, les resulta imposible aprovechar el apogeo del "nuevo espacio laico" proporcionado por la postmodernidad, máxime cuando se vive alejado, geográficamente hablando, del útero poético nacionalista. Este último, desde luego, desconoce por entero la posibilidad poética del "astro ascético insular".

A falta de esta última visión neoevangélica, que ha sido diseñada en otros lugares por poetas neorrenacentistas desespiritualizados (Nietzsche, Rilke, Pessoa), se produce el pathos por el cual los inadaptados fuera de la isla se han visto obligados a aceptar el ditirambo de un sujeto poético espiritualizado, que en Cuba ha logrado "ubicarse afuera", en las márgenes residuales del espacio que constituye las áreas proteicas de una poética dominante desde el gran invernadero: “El Palacio de las Convenciones".

Lo que se produce como ruptura poética en Cuba, por los llamados neo-origenistas en las décadas de los 70 y 80 del siglo pasado, no es una Revolución Espiritual (entiéndase esta en el sentido que Nietzsche le asigna al impulso creativo de un espacio hacia adelante), sino una vuelta atrás, al renacimiento espiritual de lo individual en contraste con una política poética colectivista.

Por estos días nos visita una de las más insignes representantes de esa "poética de la diferencia", o "de la renuncia". O, en palabras de Schopenhauer, de la "no-representación" de la realidad cubana revolucionaria: Reina María Rodríguez. Usando una arriesgada metáfora, ella es como un puente espiritualizado de la poética cubana actual por donde todos, simbólicamente, caminamos para transgredir las fronteras geográficas entre el útero nacionalista cubano y las afueras del exilio. Ella representa el viejo dilema ascetológico de los poetas que buscan una escritura del cuerpo para refrendar la melancolía y la angustia del sujeto poético espiritualizado. Y esto es, aun cuando la de Reina María es una poética de vanguardia dentro y fuera de Cuba, estar lejos todavía de la realidad. Restablecer un lenguaje en base a otro establecido constituye una desconstrucción del discurso poético para desenmascarar, pero no precisamente para crear.

En Cuba existe un objeto poético que pide a gritos su pronta e insoslayable intervención: se trata de la desespiritualización del discurso nacionalista. Los poetas deben estar atentos al mandato moral hoy en Cuba: ¿Por qué seguir con el mandato “La poesía en lo cubano”? Hay que trasgredir este valor espiritual por aquel que se hace evidente: el cuerpo poético de la cultura cubana ha sufrido una transmutación. Y es que sin saberlo los poetas, los soñadores como Reina María, no están produciendo un cuerpo escritural: están produciendo objetos que vislumbran la ascesis poética, la materialidad del ser poético hecha realidad

Cortesia: Neo Club Press



La poeta cubana Reina María Rodríguez se presentará este viernes en la tertulia La Otra Esquina de las Palabras. Café Demetrio, 300 Alhambra Circle, Coral Gables. Hora: 7:00 p.m.

 

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