lunes, 28 de diciembre de 2009

La náusea en el espejo


Alejandro Fonseca
Bluebird Editions
Miami, 2009, 52 págs.
Por Joaquín Gálvez

La náusea en el espejo (Bluebird Editions, Miami/2009), último poemario de Alejandro Fonseca, puede considerarse un acto de confirmación poética; la bitácora de un viaje que tuvo su partida en Ínsula del cosmos, su poemario anterior y el primero escrito en el exilio. El poeta, esta vez, lleva al lector hasta las lindes de su limbo existencial, punto extremo que revela sus visiones más confidenciales sobre su ámbito y sus vivencias. Al igual que en Ínsula del cosmos, el tema axial de este libro vuelve a ser el desarraigo y la memoria.

El poeta se debate entre el desasosiego de un presente que le resulta ajeno y con el que no puede conciliarse, y un pasado que lleva a cuestas como Sísifo con la roca, pero al que, inevitablemente, permanece atado: Tuve la llave de un paisaje y sus natalicios/Los espejos captan el espionaje de mi rostro/ Pero soy el que siempre regresa tanteando con furor el borde de una isla.

El dilema que acecha al poeta está simbolizado por dos palabras: archivo y espejo, es decir, pasado y presente. Las mismas son elementos de contraposición que se repelen y convergen a la vez, trazando un mapa independiente donde se ubica la geografía existencial del poeta: Y el hijo del archivero temeroso pero partidario aprende a falsificar su nombre/ Tendré que seguir fingiendo ante la nausea en el espejo. En efecto, Fonseca toma distancia y se convierte en un ente pasivo de su medio, para así darnos un testimonio desprovisto de toda tendencia épica, cuyo único compromiso son los dictados de su voz.

Esa mirada hiperconsciente, con la que el poeta logra ver la náusea en el espejo, confirma el carácter existencialista de este libro. De hecho, advierto que este es un poemario no apto para los que buscan asirse a un credo, ni tampoco para los que aspiran a un espejo donde se reflejen las complacencias del rostro multitudinario. Alejandro Fonseca, en La náusea en el espejo, desecha todos los dioses; aunque sólo le queda un credo para hacer de su bitácora un acto de confirmación poética: la palabra y su posible patente de belleza.

(Esta reseña se publicó originalmente en El submarino amarillo).

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